Meses atrás,
uno de mis conocidos me hizo una larga copla nostálgica : " Catherine,
la gente ya no sabe conversar, ni siquiera es capaz de llevar una charla
algo seguida. "
En el momento,
pensé que sólo tenía una de esas crisis en las cuales es experto y no
le presté mucha atención. Pero cuando encontré " La
Conférence de Cintegabelle ", de Lydie
Salvaire, entendi, por fin, a este viejo amigo solitario
Para él y
para otros, he querido dejar aquí una traducción de lo que más me llamó
la atención en este libro.
De las
leyes que rigen la conversación :
Primera
condición : Estar varios.
Como la mayoría
de la gente habla sola, nos parece necesario precisar, señoras y señores,
que una conversación se hace con un mínimo de dos personas.
Segunda
condición : El bienestar del culo.
Un culo anguloso,
contrito y tristemente reposado en una silla de hierro o, peor todavía,
un culo martirizado en posición de loto, es la causa, muy a menudo,
de un habla tan gruñona como ceñuda y de un estilo poético de inspiración
patético-trágica de los más funestos.
Tercera
condición : La capacidad de callarse.
El silencio
es el alma de una conversación, su hermana, su cielo, su más allá, su
paseo, su alivio, su misterio, su suspiro, su derrota tanto como su
victoria.
Cuarta
condición : La cortesía.
La cortesía
define precisamente la distancia exacta entre la bofetada que nos aleja
demasiado de su emisor, y el apodo que nos acerca demasiado a él. Define
la distancia entre nosotros y los demás , de tal manera que sus palabras
lleguen a nuestros oídos sin que su mal aliento alcance nuestra nariz.
(El detalle
de las reglas de cortesía lo dejamos para otra ocasión)
Quinta
condición : Las luces.
El misterio
de un discurso procede de su exactitud y no de su oscuridad.
Sexta
condición : El buen humor.
El buen humor
es nuestro vestido de gala. Nuestra elegancia. Nuestra moral.
Séptima
condición : El principio de igualdad.
Todo hombre
que conversa pone al otro tan alto como él.
Octava
condición : La mesura.
El espíritu
de mesura es ese estrecho meandro entre dos abismos, donde la razón
frecuenta la locura, donde la ascesis corrige el exceso, donde la ironía
hacer sonreir a la tristeza, donde la mesura siempre tiene las riendas
de la desmesura.
Novena
condición : El descuido del tiempo.
El hombre
con prisa, de las emociones sólo conoce el espasmo, de las reflexiones
sólo ve las conclusiones
Opina sobre
todo, pero no sabe nada.
Décima
condición : La libertad.
Un discurso
acabado, rectilíneo, que conoce al empezar su propia conclusión, tiene
una gran probabilidad de no decir nada.
Esto nos
lleva a la definición de la conversación :
La conversación
es, por turnos, ácida, adorable, africana, añade algo a la sombra, rara,
montaraz, un bien sin mal no le gusta, acariciadora como una mujer,
luego cuchicheada, combativa, contradictoria, valentona, amiga de ventoleras,
diablesa, digestiva, baja rápidamente, deshace las alineaciones, divagante,
descarada, excéntrica, insurrecta, zarpa desde cualquier sitio, se va
muy de prisa, ¿ cómo alcanzarla ? erótica, extraviada, explosiva,
se encoleriza y se ríe de su ira, febril, fluvial, femenina, vivaracha,
rebusca sin parar el almacén de las ideas, no tiene un registro sino
cien, golosa, guasona, inútil como el sueño, intempestiva, juguetona,
lasciva, lenta, se ríe de las burlas, mordaz, misteriosa, nocturna,
ondulada, abierta, picante, salta y brinca, astuta, burlona, no da nada
por sentado, salada a veces como el mar, sulfurosa, no se preocupa por
el bien decir ni por el mal hablar, tierna, temeraria y triste como
la verdad, vibrante, brindemos y retocemos, así es la conversación.
Y luego
a la definición del hombre de conversación :
El hombre
de conversación es el artista, el despierto, el solitario, el que no
apela a maestro alguno, el que no se rebaja ante nada y extrae la autoridad
de su discurso sólo de sí mismo. Es libre, fraternal, misericordioso
, sin una pizca de mezquindad y ¿ qué más ? Sobrado de ingenio, enamorado
de la belleza, muy simpático y todo por el estilo.
Acabaremos
con unos trozos escogidos :
Internet
La conversación
implica la actividad de los sentidos y el acicate del sexo.
De ahí resulta,
indefectiblemente, que nunca podrán tener aceso al arte de conversar :
Los portadores
abusivos de teléfonos y de angustias
Los viajeros
de la cuarta dimension (que no todos están encerrados en el manicomio)
Los navegantes
abonados del cyber espacio y las autopistas de la información, que nunca
se ven, nunca se oyen y nunca se abrazan.
Todo permite
presumir que, de tanto aliviarse de su cuerpo, estos jovenes sin otra
conexión que un cerebro de las dimensiones de un planeta, sin más deseo
que una vaga atracción por el gran caos que nos va a sepultar, sin otra
pasión que la de triturar, maquinalmente, las ideas del negro de su
pantalla, estos jovenes bajo perfusión, sentados tranquilamente frente
a su monitor mientras el mundo a su alrededor se desencadena y se destripa,
estos jovenes viajeros sin nervios, sin corazón, sin músculos, sin nada
para resistir, sin ninguna sensación de los otros o de sí mismos, acabarán,
un día o otro, desapareciendo. E insisto, desapareciendo. Como los dinosaurios.
Un tema
de reflexión.
Hay un tema
que me gustaría profundizar: la increíble fecundidad de los malintencionados,
su imaginación lujuriosa, su ardor en producir y su celo incansable,
sólo comparables a su ignorancia y su pobreza de expresión, combinación
bastante frecuente, parece.
La conversación amorosa.
Por más que
uno se remonte en el tiempo, no se encuentra en Francia ninguna obra
de referencia interesante en el campo estrictamente amoroso. Ningún
Kama-sutra para instruirnos. Ninguna enciclopedia que recuente
las 236 posiciones eróticas y sus 418 variaciones. Ningún tratado de
estrategia amorosa, como tienen los chinos, que enseñe las 36 maneras
de atacar una plaza fuerte, así como las 28 astucias para introducirse
en sus fallos y tomar, por así decir, las cosas en mano. Ni cualquier
cosa parecida.
Esta falta
capital, que hubiera podido mortificar todo un pueblo y debilitarlo
o someterlo, resultó ser uno de sus motores más seguros.
Para conjurar
esta falta, los franceses inventaron lo de conversar.
Domaron su
lengua como se hace con un animal.
Y en vez
de hacer el amor, decidieron decirlo.
¡ Genial !
¡ Inversión sublime ! Los franceses fueron eximidos por mucho tiempo
de estas prácticas fornicatorias que disminuyen las capacidades intelectuales
y llevan los seres humanos a desencadenamientos horribles.
Los franceses
inventaron el amor, el amor grande, el único que vale : el que
se declara y se canta. Y el estado amoroso, considerado en todas partes
como un momento de imbecilidad transitorio, dio, en Francia, alas de
ángel a la conversación.
Fue entonces
cuando los franceses se tropezaron con este doloroso y delicioso dilema:
si bien reemplazaba al sexo, la conversación no apagaba su prurito.
Peor aún, lo agravaba. Lo encendía. Lo llevaba a la incandescencia.
La conversación ponía, de alguna forma, el fuego en el culo. Y fue obligado
constatar que
la conversación
era un afrodisíaco peligroso para las buenas costumbres.
Después de
unas horas de cháchara, los franceses no tenían en efecto otra posibilidad
de apagar su satiriasis que usar lociones astringentes, perderse en
oraciones jaculatorias, leer obras en verso o fomentar alguna revolución.
Cosa que hicieron, con el éxito ya conocido.
Algunos,
sin embargo, de sangre más viva, y a quienes estos remedios antipruriginosos
no calmaban en absoluto, se abandonaban a felaciones escondidas. Otros,
irreductibles, se dedicaban a la fornicación, ordinariamente reservada
a los animales, a los extranjeros y a los analfabetos. Pero, despachadas
estas maniobras, la conversación se reanudaba, más caprichosa que nunca,
más sutil, más amplia, olvidado su tema, alzando su vuelo hacia las
cumbres, alcanzando las nubes. ¡ Época bendita !
¿ Existían
asuntos que se recomendaba evocar en estas charlas adorables ?
Un tema superaba todos los demás : era el Otro. Los labios del
Otro. Los ojos del Otro. Las luces del Otro. La bondad del Otro. Jamás
su culo. Esto es un enigma. Luego se volvía al principio. Los labios
del Otro. Los ojos del Otro
Y a empezar de nuevo. Se rehacían
cien veces, temblando, los mismos pasos por los mismo caminos. Y sin
cansancio alguno.
¿ Debía temerse,
a la larga, el aburrimiento ? ¡ Jamás de los jamases ! Las
mujeres eran educadas de tal manera que nunca se aburrían de las exégesis
que inspiraban.
¿ Empezaba
a fastidiar ? ¿ Expresarse sobre su amor le resultaba penoso ?
¿ Se caía de sueño al recitar sus odas ? ¡ Pues, es que
ya no quería ! Se deslizaba entonces, imperceptiblemente, de la
conversación amorosa a la conversación artística. Y si era patán, llevaba
francamente a su comparsa al campo de la conversación política, perfecto
antídoto del amor.